Me gustaría, en este espacio,
reflexionar acerca del uso del término “superdotado”, el cual ha caído
últimamente en desuso por las implicancias y efectos negativos que tiene en los
chicos. Las últimas investigaciones en materia de inteligencia, dan cuenta de
la co-existencia de trece inteligencias que en todas las personas aparecen
desarrolladas en diferentes niveles y que es lo que distingue, tanto
intelectual como emocionalmente, a una persona de otra, definiendo así su
singularidad. Es así que todos nosotros tenemos potencialmente la capacidad de
desarrollar las trece inteligencias; sin embargo, no todos lo hacemos en igual
nivel.
Los
chicos de las nuevas generaciones nacen con capacidades altamente
desarrolladas. Sin embargo, éstas no entran en las categorías habitualmente consideradas
“normales” y, por lo tanto, no son detectadas; son subestimadas y, al no ser
acompañadas y cubiertas sus necesidades, al poco tiempo se expresan por medio
de “síntomas” que rápidamente son etiquetados como “trastornos del aprendizaje
y/o del desarrollo” y, luego, se bloquean. Lo que en la década de los ochenta
apareció como un “grupo selecto” de mentes brillantes, que en aquel entonces
presentaban capacidades para leer y escribir o de hacer cálculos mentales muy
precozmente, hoy son la mayoría. Lo que sucede es que ya no se ven como chicos
que hacen expresiones gráficas increíbles, que hablan a los 9 meses o que leen
y escriben a los 2 años. En la actualidad, muestran otras características. Pero,
mientras sigamos poniendo la mirada en las capacidades de sólo dos
inteligencias, no vamos a poder ver esta realidad que se nos impone y que nos
está exigiendo un cambio del paradigma educativo.
A lo
largo de mi recorrida por las aulas (continúo tomando suplencias en la escuela
pública para poder vivir lo que el docente y los niños experimentan diariamente
y, desde este lugar, intentar construir un saber pedagógico que satisfaga las
múltiples necesidades educativas), he visto cantidades de niños “con problemas
de aprendizaje o de conducta” que presentaban un altísimo desarrollo de
inteligencias tales como la emocional, la corporal-kinestésica o la
visual-espacial, aunque no así la lógico-matemática o la lingüística, para las
cuales ha sido diseñado nuestro sistema educativo.
Personalmente
pienso (y sé que este pensar es también compartido por todos aquellos niños a
quienes acompañé y que ahora son adultos, y sus familiares) que, al utilizar el
término “superdotado”, se está escindiendo la sociedad, dividiéndola entre los
más inteligentes y los menos inteligentes (acorde a ciertas estrategias
implementadas hace ya bastante tiempo en algunas escuelas). Se coloca al niño
en un lugar del cual después es muy difícil salir. Se está sembrando la semilla
de la soberbia y regándola para que crezca ¡alta y fuerte! Y es justamente esta
soberbia (y la terrible autoexigencia que desarrollan) la que les trae una
enormidad de problemas sociales y afectivos y, a la larga, una profunda
sensación de soledad, de “no pertenecer” y de aislamiento. Todos somos
talentosos y tenemos el potencial de desarrollar la creatividad. Al haber una
visión tan angosta de lo que es la inteligencia humana se está fabricando una noción
de elite que se reduce a solo dos o tres de las trece inteligencias que todos
tenemos.
Esta
noción es compartida y divulgada por Daniel Goleman, autor del best-seller La Inteligencia Emocional, a la vez que
por otros investigadores que fundamentan desde la Neurología, la Sociología, la
Antropología y la Pedagogía que las capacidades intelectuales no son las más
importantes, y más aún que la Inteligencia Emocional es el interruptor de las demás inteligencias (las activa o bloquea).
Toda
acción que se lleve a cabo para estimular y acompañar el desarrollo de todas
las inteligencias es bienvenida. Pero cuestiono el etiquetamiento pues por sí
solo y en sí mismo causa efectos de los que es difícil escapar. No hagamos
cosas que contribuyan a seguir dividiendo a los seres humanos, sino que
eduquemos para estimular la conciencia de la unidad. Todos tenemos talentos que
podemos y debemos desarrollar y compartir para el enriquecimiento de nuestra
especie.
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